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It’s the middle of November and I'm trudging through three feet of snow because, much to my dismay, bodies don't just bury themselves.

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Trabajo antes del desayuno.

Cami sentía como cada vez se hundía mas y más en la nieve, la que crujía con cada paso que lograba dar. Creía que llevaría caminando ya una media hora, pero a lo lejos aún lograba percibir el sonido de la ciudad: el claxón de los autos, la sirena de una ambulancia y el ladrido de los perros.


Tenía que seguir caminando, adentrarse aún más en el bosque, más dentro de la sierra, áun más profundo.


Suspiró y miró a sus espaldas, la bolsa de cadaver que venía cargando desde hacía la maldita media hora.


Caleb la esperaba al pie del cerro, dentro de la van muy calientito y tomandose su café, mientras ella tenía que arrastrar a un Don nadie hasta la parte más lejana de la zona y dejarlo ahí, esperando que los animales salvajes hicieran lo suyo y la nieve que esperaba que siguera cayendo lo cubriera, para que el cuerpo no fuera localizado hasta la primavera.


Se lo había dicho a la Señora Nohémi, se lo había dicho bastantes veces: un incinerador, no queda residuo que ocultar y es más limpio.


¡Ah! pero la mafia China tenía sus creencias y formas de hacer funcionar las cosas. Nada como un cuerpo mutilado tirado en el bosque como para mandar un mensaje a el grupo rival.


Normalmente se encargaban ella y Caleb juntos de "tirar" la basura, pero en esta ocasión, alguien debía quedarse en la van por si la patrulla de caminos decidía detenerse por ver un vehículo solo, totalmente blanco y con placas dispares estacionado sospechosamente a medio camino de llegar a cualquier lado.


Además alguien tenía que limpiar los... jugos del Señor sin nombre del auto.


Sería fácil, se dijo, tu limpias este tiradero y yo voy y lo aviento en el despeñadero, acabamos pronto y luego nos vamos al brunch en la ciudad.


Pero no contaba con casi el metro de nieve que se ponía en su camino, con ese maldito metro de nieve que no le dejaba ver piedras, agujeros y las raices nudosas de los árboles con las que se enredaba los pies.


Eso si podía agradecerle a la nieve, la libraba de irse de hocico contra el piso.


Siguió avanzando, tratando de consolarse imaginando el suculento y abundante desayuno que la esperaba: Chilaquiles, huevito estrellado, frijoles, café cargado y posiblemente media docena de conchas recién hechas. Su estómago gruñó con fuerza, odiaba tener que trabajar con el estómago vacío, pero si esperaba más tiempo Mr. John Doe se pondría tieso como tabla y sería más dificil hacerlo pasar por un accidente de senderismo.


Pensando en eso, se detuvo, le dió la vuelta a la bolsa para evitar que la sangre se acumulara demasiado en un solo lugar y siguió caminando.


Llegó a lo que parecía un pequeño claro entre el mar de árboles, justo en la orilla de una empinada bajada, al fondo se veían rocas bastante puntiagudas. Aquí sería, ya no sentía los dedos de los pies y los de las manos le dolían a pesar de los guantes.


Con todo el dolor de su corazón, se quitó los guantes tejidos, los guardó en el bolsillo y se puso los de latex negros que traia en una pequeña bolsa de plástico hermética. Abrió la bolsa y levanto el cadáver con algunas dificultades por la condenada nieve.


Al no poder verla, se resbaló con una piedra, así que terminó acostada en el suelo, medio enterrada en la nieve y con un cadáver encima.


Olvida el desayuno, primero se bañaría y quemaría la ropa que traia puesta.


No sin problemas, pero logró ponerse de pie de nuevo, esta vez sin resbalarse, y lanzó al Fulano al claro, el cadaver cayó, resbalando por la pendiente hasta terminar en el fondo rocoso.


Se quedó parada un momento, mirando la postura en la que había caido el cadáver, luego se dió media vuelta y emprendió el camino de regreso a la van.


Iba a poner en la lista de regalos que le pedían sus jefas para año nuevo (Chinas tenían que ser) el incinerador.

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